Si, lo hemos hecho. Hemos llamado a un S.A.T. Todo fue, porque un buen día, la placa eléctrica de la cocina dejó de funcionar previo cortocircuito, pero… eso os lo contaré luego.
Recuerdo que en mi pueblo, no existía esto de los SAT. Estaba Miguel, el fontanero y Pagán, el del taller de bicis, pero SAT como tal, ni uno. Sería curioso averiguar el origen del invento, y ya puestos, comprobar si el resultado final se corresponde con la intención primera.
He de reconocer, que a mi, personalmente, cada vez que pienso en el significado de las siglas SAT, me invade una especie de emoción: “Servicio de Asistencia Técnica”. La palabra Servicio, puesta así con mayúscula, me eriza los pelos del cogote; implica una idea de disposición permanente, indiferente al reloj o al calendario, casi alejada del mundo frío del comercio, implica la existencia de unas personas que han nacido con el propósito único de vivir pendientes de que tu no tengas ni un sólo problema. Mira, que se me erizan los pelillos.
La segunda palabra, Asistencia, es una clara alegoría al Amparo, a la Protección, al cese de penas y calamidades, una palabra balsámica donde las haya.
¿Y que me decís de Técnica?. Una maravilla. Todos sabemos lo que avanzan las ciencias hoy en día. Pues tal cual. Lo último. El dominio perfecto de la ciencia. Para que os hagáis una idea: un SAT de fontanería no tiene nada que ver con Miguel, el de mi pueblo. A un auténtico SAT le da igual utilizar esparto para soldar, que un rayo láser de última generación, porque es que ellos son así, ¿comprendéis?. Ellos dominan la ciencia.
Bueno, pues hete aquí que he descubierto que los SAT no sólo dominan las últimas tecnologías, sino que sometidos a una ligera presión mental, son capaces de liberar ciertas expresiones verbales, que simulan bastante bien la respuesta que podría dar un humano vulgar aquejado de idiocia. Tal es la cantidad y calidad de las expresiones que vierten estas criaturas, que aquí os expongo algunos ejemplos que hemos podido recoger de algunos SAT, y además os invito a irlas encuadernando y ampliando con las que consigáis de otros SAT. Algún día en el próximo milenio, quizá puedan utilizarlo nuestros nietos como documentos al estudiar la degeneración del cerebro humano. A diferencia de la inteligencia, lo de los SAT no puede ser ni siquiera artificial: es totalmente natural.
A algunos de vosotros, ya se os harán conocidas algunas de las muletillas que a modo de mantra técnico recitan alguna de estas criaturas como explicación comodín con independencia de la pregunta que se le haya formulado, tales como “eso es que es así”, “usted no se preocupe”, “estamos en ello”, etc.
Mi tío Fede, en una ocasión, se compró un coche Peugeot 405 totalmente nuevo. Estaba muy contento con el coche, pero le preocupaba un ruido horroroso a chatarra rancia que hacía al frenar en marcha atrás. Ya había decidido llevarlo al taller, y yo le acompañé esa tarde.
Recuerdo que mientras mi tío le explicaba al SAT de turno el problema, el SAT miraba a mi tío como quien contempla con resignación a un imbécil. Cuando mi tío terminó de explicarle el problema, el SAT realizó un gesto SAT: ladeo de cabeza, arqueó las cejas en gesto de infinita paciencia en fase de concentración, inspiró sonoramente (intracapilar/intranasal) un par de litros de aire y separó lentamente las palmas de ambas manos en actitud litúrgica, acompañado todo ello de la frase-comodín “esto es que es así”. Naturalmente, mi tío, que era mucho tío, al día siguiente tenía un Audi.
Algunas de estas frases (o quizá mejor dicho, expresiones verborreicas), por si solas, producen espanto y repelús al ser oídas, en especial, cuando aún no has preguntado nada, y el SAT te suelta de repente eso de “usted no se preocupe”. A partir de ahí, no sólo es lícito, ¡sino recomendable! echarse a temblar.
El hábitat de un SAT es reconocible por algunas cosas que le son propias, por ejemplo: “la recepcionista”, o el “ordenador”. La “recepcionista” no tiene nada que ver con sus congéneres en otras entidades comerciales. Suele tratarse de una joven especialmente desagradable, enemiga del agua y jabón, no lobotomizada pero casi. La “recepcionista” suele hacer preguntas que ella misma no comprende, pero que sirven para hacer perder el tiempo y la paciencia a los clientes, y especialmente, para desalentar cualquier intento de queja o protesta.
El “ordenador” de un SAT no es un ordenador cualquiera, no. Es el más lento y con el programa más complejo que se pueda pensar. A la hora de recibir algo para ser reparado, la lerda teclea durante horas y horas cosas complejas e incomprensibles y finalmente saca de la impresora un papelajo ininteligible pero con número de serie. Pues bien, cuando vas a recoger la cosa, en vez de preguntarte por algo sencillo como aquél número de serie, o DNI, o apellidos, te preguntan: «¿cuál es el número de su teléfono?”.
Pues como os comentaba al principio, nosotros tuvimos necesidad de llamar a un SAT. Habíamos localizado una avería en el sistema eléctrico de la placa de la cocina. La cosa, en principio, no tenía excesiva complejidad, quizá algo menos de una hora de trabajo, pero donde esté un SAT que se precie, no vale ni lógica, ni normalidad, ni nada. Tal vez le hubiera podido vender a Berlanga el guión para una buena película.
De momento, y como está estipulado, la hora en que el SAT se te aparecerá, es aleatoria. Tu no pintas absolutamente nada en tu casa. Se supone que tu ni trabajas, ni estudias, ni tienes nada que hacer en esta vida más que esperar a que el SAT decida ir a tu casa, puesto que el SAT irá cuando a él le de la gana, no cuando tu quieras, creyendo aquella imbecilidad de que el que paga manda.
Bueno, pues el primer día se presentó el SAT. Alguien dijo que la cara es el espejo del alma y en este caso era cierto. Nada más entrar creí que se trataba de un programa de cámara oculta de algún concurso, porque el señor, aparte de su porte y expresión totalmente saineteros, me preguntó con absoluta naturalidad si yo tenía “una llave del 14″. Ciertamente tenemos en casa algunas llaves antiguas a modo de adorno, pero no se yo si son del 14 o de otro año. De todas formas, a mi no me casaba lo de la llave, por lo que deduje que debía de tratarse de una expresión técnico-científica propia de estos individuos, así que le contesté que no. La cosa debió contrariarle bastante porque se puso en actitud de gran concentración y finalmente dijo que -con mi permiso-, iba a comprar una, saliendo rápidamente de casa.
Aunque la ferretería está a 316 metros de casa, la criatura regresó dos horas y media después, dando excusas incoherentes y estupideces variadas, con sospechosas vaharadas etílicas, tras lo cual, se puso con verdadero ahínco a realizar tareas con la placa de cocina, que él debía considerar propias de su oficio, y por las que resoplaba abundantemente, acompañándose de jaculatorias y otras expresiones ininteligibles mientras manipulaba, haciendo alarde de una torpeza manual insuperable. El curioso ser, cambió la placa (que se veía normal), pero no hizo comentario alguno (creo que no lo veía) de unos diez centímetros de cable totalmente achicharrado en un empalme junto a la placa, y evidente lugar del cortocircuito. Ya se disponía a volver a cerrar todo el conjunto fogonero, cuando le pregunté si aquello tostado tendría alguna relación con la avería. La criatura debió llegar a otra encrucijada en su misterioso pensamiento, porque poniendo el mentón en suspenso sobre una de sus extremidades superiores, me confió con gran sigilo que iba a tener que cambiar el cable, y al efecto, hizo acto resolutivo, volviendo a conectar de forma provisional (un detalle por su parte) la tubería del gas para que pudiéramos cocinar, porque, ¡él volvería mañana!.
Lo de volver mañana lo dijo con naturalidad, sin alteración del pulso, dando por hecho que mi madre sufrió los dolores del parto, sólo para que el SAT tuviera a quién jeringar a la mañana siguiente. Me quedé con gran asombro y desconcierto, asido al pomo de mi puerta, pero a la mañana siguiente, allí estaba yo esperando. Su entrada fue gloriosa. Ignoro por cual extraña razón, esta especie de bipedus aleladus, tiene la extraña costumbre de dirigirse a sus víctimas diciéndoles, “caballero”. Cuando alguien me llama “caballero”, automáticamente me pongo en guardia, pues la desgracia planea cerca. Dijo: “Caballero, ¿tendría Ud. un trozo de cable?”. Volví a mirar en todas direcciones, pensando a ver donde podría estar oculta la cámara de TV, pero no veía opción, por lo que tuve que deducir que el ser, o bien se reía en mis barbas, o bien era falto de luces, de batería y de todo. Para abreviar el relato, repitió la tardanza y las torpezas del día anterior, pero no terminó ese día, pues al finalizar, no tenia silicona para sellar la placa, así que decidió que volvería al día siguiente.
Por un momento lo vi normal. Ya me estaba haciendo a su presencia. Era casi como de la familia, casi le echaría de menos cuando se fuese, así que al día siguiente volvió a aparecer. Era el tercer día. Menos mal que yo estaba de vacaciones, porque si no no se que habría pasado en mi trabajo. Bueno, pues efectivamente, lo habéis adivinado. Me preguntó si yo tenía silicona y la pistola para darla. Pero lo preguntó ya con familiaridad, mientras se quitaba la chaqueta. Le dije que ni se la quitase, que se marchara y no volviera nunca. Pero, ¿a que no adivináis lo que hizo?. Se puso a llorar.
Que le iban a despedir…
Que mire Ud, que tal y que cual…
Yo como soy un imbécil con certificado, me dio pena y le dije que bueno, que fuese a por la silicona, pero que si en 15 minutos no había vuelto, que no volviese nunca más. Y entonces lo hizo. Sin alterar un músculo, superó a Kevin Spacey en “Sospechosos habituales” y dijo: “Caballero, sé que me va a matar, pero ¿me podría dejar dinero para comprarla?”.
Fue genial. Rizó el rizo. Mentalmente le di las gracias porque ya tenía tema para contar en el blog. Supongo que el SAT, estará ahora representando alguna obra de gran prestigio en algún teatro londinense.
Finalmente, fue necesario llamar al SAT de verdad, al auténtico “Corberó», porque “el ser”, nos había puesto un cable de plancha con poca sección, que nada más enchufarlo empezó a humear de forma peligrosa junto a la tubería del gas.
Reconozco que cometí el error de ir a la OMIC para denunciar al hecho. Pero, ésa, …..¡es otra historia!.
¡Increible!
La descripción del SAT español se ajusta perfectamente a la del SAT italiano. Con ligeras diferencias:
1) Como por aquí no somos tan modernos no los llamamos SAT, seguimos teniendo el fontanero, electricista, arregla-electrodomésticos etc. Una lista de SAT te suele ser entregada al comprar cualquier artefacto pero nadie utiliza sus servicios visto que suelen ser más caros y menos expertos que los no-SAT
2)En Italia, el comportamiento del primer día sería idéntico hasta el momento en el que el experto diría: ésto se arregla ahora mismo y le cuesta 150 euros sin factura o volviendo otras dos o tres veces y pagando 300 euros más Iva, con factura; usted verá.