Con ocasión de la declaración el pasado año de pandemia, a nivel planetario se está inoculando masivamente a la población unos productos creados en los laboratorios, con la urgencia sanitaria como motivo, y la inevitable urgencia de la Bolsa ahí detrás. Debido a la presión de la urgencia sanitaria, no cabe hablar de creaciones que hayan seguido los períodos de investigación recomendados para productos médicos, lo que se traduce en que los beneficios y los efectos adversos para los humanos, en la práctica, se van conociendo en el día a día.
Quizá por ello resulta inevitable que algunos hayan traído a la memoria el Código de Núremberg o su secuela Declaración de Helsinki, que en su origen en 1947 tuvieron como propósito un acuerdo ético de prácticas sanitarias que previeran la no repetición en el futuro de los experimentos médicos en humanos, al modo de las llevadas a cabo por los médicos nazis.
Quizá el recuerdo de aquellos códigos lo haya provocado la proliferación de medios empleados por políticos de distintos ámbitos, unos para impulsar y otros para imponer, el suministro de esos productos médicos a la población.Viejos fantasmas retornan cuando el terror aumenta y la libertad disminuye. El hecho de que por ejemplo el jefe de la Junta de Galicia pretenda obligar a la población a usar esos medicamentos bajo amenaza de sanciones, o que el presidente de Francia coaccione con naturalidad al pueblo de Francia restringiendo su libertad, salvo que la Ley les legitime para hacerlo, choca frontalmente con lo que el Código de Núremberg pretendía que no se repitiese nunca más:
«Es absolutamente esencial el consentimiento voluntario del sujeto humano. Esto significa que la persona implicada debe tener capacidad legal para dar consentimiento; su situación debe ser tal que pueda ser capaz de ejercer una elección libre, sin intervención de cualquier elemento de fuerza, fraude, engaño, coacción u otra forma de constreñimiento o coerción; debe tener suficiente conocimiento y comprensión de los elementos implicados que le capaciten para hacer una decisión razonable e ilustrada. Este último elemento requiere que antes de que el sujeto de experimentación acepte una decisión afirmativa, debe conocer la naturaleza, duración y fines del experimento, el método y los medios con los que será realizado; todos los inconvenientes y riesgos que pueden ser esperados razonablemente y los efectos sobre su salud y persona que pueden posiblemente originarse de su participación en el experimento. El deber y la responsabilidad para asegurarse de la calidad del consentimiento residen en cada individuo que inicie, dirija o esté implicado en el experimento. Es un deber y responsabilidad personales que no pueden ser delegados impunemente.»
El dilema puede surgir al considerar -o no- experimento este suministro vacunal masivo de productos con escaso conocimiento de sus efectos, positivos y negativos, lo que hace llamativo el hecho de que de forma tan prematura ya se está generalizando la coerción sobre millones de personas, e incluso se ha llegado a optar por otorgar prebendas o dinero a quienes se sometan para que se les suministren esos productos, cuyo carácter experimental es patente.
Aseverar científicamente que estos productos son eficaces, conlleva explicar, también mediante razonamiento científico, la causa por la que a día de hoy Japón, con esos productos suministrados a menos de la cuarta parte de su población, tiene una incidencia de 30 casos por 100.000 habitantes, mientras que España con algo más de la mitad de su población inoculada, aparece en alerta roja sanitaria en Europa con una incidencia superior a 30.000 casos, es decir, mil veces superior a la de Japón . Hay que tener en cuenta que esos datos hablan de contagio, que es lo que esos productos pretenden evitar. A parte de la raza, la disciplina y la higiene, que Japón nos triplique en densidad de población, o tenga un PIB anual cuatro veces superior al nuestro, o encabece la lista de mejores sistemas sanitarios del mundo, en el que el nuestro está en noveno lugar (ya saben: la diversidad esa), parece que pocas cosas más nos diferencian de Japón para justificar esa diferencia de contagios. Alguna razón se me escapa, sin duda.
La esperanza y el pesimismo sobre la eficacia del método vacunal obtienen los argumentos que les convienen con la misma escasez de información; alabando que el contagio de un vacunado sea más leve, o alegando que si se está inmunizado no debería contagiarse. Son divagaciones vacuas.
Lo que no es vacuo en absoluto es que exista o no la legitimidad del Poder para ejercer la coacción sobre los ciudadanos para someterlos a experimentos médicos; justo, lo que el Código de Núremberg confiaba que no volviera a repetirse. Experimentos, si, lo siento pero mientras no cambie el diccionario de la Lengua Española, eso es.