«Un sujeto que no tiene la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones, particularmente en una crisis, transferirá la toma de decisiones al grupo y su jerarquía. El grupo es el modelo de comportamiento de la persona.»
Journal of Abnormal and Social Psychology (Behavioral Study of Obedience). Stanley Milgram 1963
Gracias al llamado efecto flooding nuestra memoria ya asemeja la del pez: las telenoticias de la noche se superponen a las de esa misma tarde inundando nuestra memoria. El torrente de verborrea e imágenes del último telenoticias se adhiere a la capa más superficial de nuestro saturado cerebro pero sin dejar información alguna (conocimiento) ya nada puede arraigar, quedar fijado.
No digamos ya las noticias del mes pasado. O de las del 20 de enero de 2014. O del 12 de enero de 2017. O el 20 de enero de otro año: 2015. O las de unos días después, del 5 de febrero de ese mismo año. Ya no digamos de las del 29 de febrero de 2012.
¡¡ Sorpresa !! Mismas fechas y mismos titulares: Hospitales colapsados.
Aunque muchos pretendan ver el mundo actual como el orwelliano 1984, no hay que exagerar. Es cierto que el Neolenguaje ya está entre nosotros, también nos han anunciado la existencia de un embrión de la Policía del Pensamiento de Orwell, a cargo de nuestra querida Guardia Civil que tiene como misión neutralizar las críticas negativas al gobierno; o que un prototipo del Ministerio de la Verdad se ha activado para poder etiquetar como falso aquello que considere oportuno. Aunque para desgracia de esos incipientes censores todavía existen las hemerotecas, éstas durarán ya poco y llegaremos a la publicación única de un único ejemplar que se archivará y el Winston Smith de turno reescribirá en él la historia, para que al igual que en la premonitoria novela, la realidad coincida con lo anunciado por el gobierno.
Nuestra memoria de pez no nos lo permite, pero la hemeroteca nos recuerda que cuando en 2012, o en 2014 o 2015 o 2017 llegaban estas fechas, y a pesar de que existían vacunas y la gente se vacunaba masivamente, los hospitales se saturaban con miles de contagiados y algunos de esos miles morían por el contagio. Y como era un problema sanitario pues no utilizaban a la policía ni para amenazarnos ni para restringir nuestros derechos y libertades, ni se obligaba a los comercios a ir a la ruina, ni a los trabajadores a acabar en el paro, ni nos impedían abrazar a la familia o simplemente reunirnos, ni nos hacían ir disfrazados (sin mascarilla, con mascarilla, con guantes, sin guantes), no nos obligaban a ser vacunados con experimentos. La eficacia de las vacunas para esos contagios había seguido un método científico de valoración, adecuación y probabilística y aún así los contagios dejaban atrás un reguero de cadáveres, pero el mundo no se paralizaba.
Pero ahora es distinto. Ahora nos conformamos ¡y hasta aplaudimos!.
Ya en 1951 Solomon Asch demostró el poder de la conformidad en los grupos de personas. Basado en esas experiencias, unos años más tarde, Stanley Milgram realizó otros experimentos sociales de los que extrajo su teoría del conformismo, haciendo hincapié en que el conformismo se activaba especialmente en presencia de una crisis. Y en su teoría de la cosificación destacaba que «la esencia de la obediencia consiste en el hecho de que una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona.»
En 1971, el investigador Philip Zimbardo llevó a cabo el famoso experimento conocido como el prisionero de Stanford. El resultado destacaba lo impresionable que es la gente y que cuando se le proporciona una ideología legitimadora y un indiscutible apoyo institucional, la obediencia florece en el individuo.
Hace pocos años nos pusieron un miedómetro con ese misterioso líquido que si sube a un avión en un envase de más de 100 mililitros es un arma yihadista horrible, pero si suben al avión 200 pasajeros con 100 mililitros cada uno, no hay problema, y que nos ha puesto a prueba una buena temporada para ver como consideramos natural pasar horas en las colas de embarque, desnudarnos para pasar curiosísimos controles de «seguridad» que tras 5 años de alerta antiterrorista de nivel 4, en lugar de hacerlos la Guardia Civil, se licitan al postor más bajo.
La prueba de que el miedómetro ha indicado que ya estamos a punto es que no solo estamos encantados de llevar un trapo en la boca sino que hasta nos sentimos a salvo de ese virus de la nueva normalidad, sus cepas, sus linajes y de la señora madre que lo trajo. Y deseando que experimenten en nosotros los modificadores genéticos que haga falta. Todo -como siempre- por nuestra seguridad… que es la de la tribu.
Y el que se resista… es un prisionero de Stanford. La tribu se encargará de neutralizarlo.