Hace unos días me he sorprendido al descubrir en mi un síntoma del que no tenía ni idea: ni escucho música ni tengo interés alguno en escucharla. Y sospecho que la cosa ya viene de largo… aunque me haya percatado en éstos últimos días. De hecho, creo que hace al menos un par de años de tan insólita situación. Pero lo más sorprendente no es que no escuche música, sino que ni me había dado cuenta de ello.
Bien es cierto que las tonadillas que mi señora le arranca al piano en sus prácticas, me resultan un acompañamiento, pero como me produce las mismas sensaciones de acompañamiento que cuando la escucho cantar, no acabo de asociarla con la música en lata. Me pregunto si será cosa de la edad, que todo cabe.
Y me lo pregunto (lo de la edad) porque también he observado que a la par que crece mi indiferencia por las cosas sociales que me rodean, aumenta mi incomprensión hacia la que yo denomino “La sociedad del Ocio”, o mejor dicho, mi incapacidad de comprender su existencia.
Lo que denomino “La sociedad del Ocio” la componen una serie de individuos que aúnan ciertas características sino exactas, sí armónicamente similares. Por ejemplo, todos ellos tienen en común que dicen cosas.
Otra “cualidad” que identifica a las gentes de “La sociedad del Ocio” es que resultan inmunes a las crisis económicas, e incluso algunos suelen fortalecerse durante las mismas.
Los seres que conforman “La sociedad del Ocio” detentan éstas cualidades per sé, pero es común que en torno a ellos pululen otros seres en régimen de beneficiarios directos que, aún formando parte de “La sociedad del Ocio”, se diferencian de los primeros en que permanecen en silencio y suelen acompañar a su generador para batir palmas en actos públicos, o expresar, con gestos, una gran dicha y regocijado acuerdo con el tema tratado por su principal.
De los individuos de ésta “sociedad”, resulta complejo definir su concepto de “trabajo”, pero aún así ellos manifiestan trabajar, e incluso, suelen irse de vacaciones para “descansar” y/o por estar “muy agotados”.
También suelen compartir medios de información, en los que va quedando constancia de las cosas que dicen. Es bastante común que en un mismo medio aparezcan varios de ellos, eso sí, cada uno diciendo aquellas cosas que le son propias; y en muchas ocasiones aparecen acompañados de sus beneficiarios directos que permanecen en silencio pero o bien sonríen con un cierto aire de gratitud o realizan cualquier otro gesto de solidaridad y coincidencia con su principal.
Resulta frecuente ver a personas con menguados (o casi inexistentes) recursos económicos, extasiarse ante cualquiera de los miembros de “La sociedad del Ocio”, llegando a apreciar con frecuencia que tales miembros son “sencillos y simpáticos”. Padres de familias sin ingresos, aplauden a rabiar a elementos de la “sociedad” y se felicitan el enriquecimiento económico de éstos.
Podría decirse, en general, que la cualidad definitiva de los miembros de “La sociedad del Ocio” es que son -no sólo- admirados por aquellos a los que tienen parasitados, sino que sus admiradores podrían llegar a la violencia, si fuera preciso, por proteger la continuidad o permanencia de aquellos en “La sociedad del Ocio”, y por supuesto, mantener la subvención.
Hablamos de reyes, políticos, sindicalistas y futbolistas high-tech, restos vivientes de individuas recauchutadas que se arrastran por los platós de tv, mariposillos pizpiretos que las “presentan”, tonadilleras-lavadoras, titulares de frenopatías extremas, graciosos guapos-de-su-casa-y-orgullo-de-sus-mamás, cantantes matinales (e incluso vespertinos o con gira-concierto incluida) y un larguísimo etcétera.