¿Estamos ante un Plan Europeo de Recuperación versión 2.0?
El título de esta entrada seguramente no le suene a casi nadie, ni escrito en el inglés original como European Revovery Plan. Como se hizo popular en Europa fue con el apellido del entonces Secretario de Estado de EE.UU, Georges Marshall, de quien procede la iniciativa de dicho plan.
El plan del famoso general, que fue avalado por el Congreso y el Senado de los EE.UU., pretendía alcanzar dos objetivos principales, embebidos el uno dentro del otro: la recuperación de la producción y la recuperación de la asolada economía de Europa, tras la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial y como segundo objetivo frenar la expansión del comunismo.
El Plan se puso en marcha después de intensos debates, no solo entre los partidos demócrata y republicano, sino entre los distintos gobiernos europeos. Finalmente estuvo activo entre 1948 y 1951, y la recuperación europea fue sensacional: en dos décadas, el crecimiento de la producción agrícola e industrial no tuvo precedentes, y el hambre y la pobreza en que la crisis había sumido a la población, dieron paso a un mayor nivel de vida. En cuanto al comunismo en Europa, todos sabemos como quedó.
Tanto la ayuda como el retorno de la inversión (las contraprestaciones) fueron desiguales, como también fueron desiguales las colaboraciones europeas que utilizó EE.UU. para actuar contra el comunismo alrededor del mundo. Lo cierto es que Europa se reconstruyó, se creó una unión económica que empezó a exportar su producción a EE.UU. de la que se hacía cargo la Administración para la Cooperación Económica , administradora del Plan. La ayuda no solo fue económica, sino también con intercambio de ingenieros y consejeros tecnológicos.
72 años después, EE.UU. da la espalda a Europa (ya sin Reino Unido) al tiempo que China llega a Europa dispuesta a ayudar, a través de los países más afectados por ahora (Italia y España), lo que inevitablemente recuerda al Plan Marshall. Ambas situaciones tienen un mismo escenario: incertidumbre y el evidente riesgo de muerte.
Al darnos cuenta de nuestra vulnerabilidad, descubrimos a la par nuestra letal ignorancia sobre la amenaza que nos acecha, y de ahí al pánico hay un paso. Si hablásemos en términos bíblicos, de los famosos cuatro jinetes, la guerra (con un enemigo invisible y desconocido) y la muerte, ya están en la calle. El hambre espera paciente su turno, con el paro que seguirá al paso de la pandemia y la conquista solo es cuestión de tiempo. Por tanto, esta situación de naufragio con escasez de salvavidas, es idónea para ofrecer ayuda.
Obviamente las diferencias de una y otra ayuda son muchas, aunque alguna coincidencia también existe. En ambos casos, lo que el pueblo percibe es la ayuda, que siempre es de agradecer. Lo que nos quedará por conocer serán las contraprestaciones.