Ya sé que todos presumimos de no ser racistas, pero los hechos demuestran lo contrario. Y la raza más despreciada por nosotros, los que nos declaramos con vehemencia no racistas, es la raza de los ancianos.
La «residencia» de ancianos donde a primeros de Julio, 8 de ellos perdieron la vida y otros 10, junto con una empleada, casi lo consiguen no es más que un ejemplo de la afirmación anterior. Creo que a los heridos se les llevó al hospital por pura rutina porque lo que es a los 8 fallecidos, la tierra se les echó encima en menos tiempo del que han empleado los presuntos responsables sociales en poner en marcha sus lavadoras auto exculpatorias. Demasiadas molestias se han tomado porque 72 horas después, el asunto está satisfactoriamente olvidado por nosotros los racistas. Si hubiesen sido 3 mozos del pueblo fallecidos en carretera o corneados en festejo popular, los 3 días de luto no los evitaba ni el más hábil.
El pueblo de Cuarte de Huerva, donde ocurrió este último suceso conocido, puede servirnos de ejemplo para contemplar nuestra obra racista, porque es extensible a muchos otros. Al parecer, su alcalde, don Jesús Pérez está siendo re-elegido desde 1991, lo que evidencia su calidad como gestor. Si observamos esta entrevista de 2010 para la fundación Economía Global, salta a la vista su enfoque certero sobre la economía del municipio; el hecho de ostentar la mayor concentración bancaria por habitante (26 entidades) avala cuanto declara, al igual que interesarse en construir una piscina pública cubierta con yakuzi incluido. Aunque como casi todo en esta vida también tiene su parte menos luminosa: parece ser que aproximadamente 150 alumnos de colegio público asisten a clases en barracones prefabricados mientras que se ha otorgado licencia de obra para un colegio concertado a una promotora relacionada con una de esas operaciones anti-corrupción tan de moda últimamente. Y ahora ha saltado el asunto del asilo. Claro que ya son otros tiempos y las palabras, como la página web de Economía Global se las va llevando el viento.
Y claro, pretender ahora que los responsables sociales desconocían las circunstancias del asilo «porque no tenía licencia de apertura» no puede aceptarse más que en una sociedad racista que -por sistema- margina a los ancianos. Seguro que eso habría resultado imposible, por ejemplo, con una gasolinera, un bar o una carnicería; y mucho menos en uno de los n-mil chiringuitos de playa que cada verano son fritos a multas porque han puesto una sombrilla de más o porque tienen dos mesas fuera de la raya. Según se ha sabido el asilo funciona desde hace 17 años y no consta que nadie haya mostrado el más mínimo interés por las condiciones humanas, sanitarias o legales, ni los familiares que dejaban allí a sus mayores, ni las autoridades sanitarias o sociales de cualquier ámbito de la Administración.
Tratamos de autoconvencernos que ese anciano que hemos dejado en el asilo está bien atendido, cuando somos conscientes de que nadie le va a dar el cariño, el apoyo y la compañía de su familia; de esa familia que se conforma con que le bañen, le peinen y le den de comer, porque o bien no podemos atenderle como se merece o simplemente -ahora que nadie nos lee- porque molesta.
Todo esto es muy preocupante, los ancianos están desprotegidos, pero
los discapacitados lo están aún más.