El pasado jueves a la 10 de la mañana utilicé el Metro en Madrid. Concretamente en la línea 5 desde Carabanchel en dirección a Callao. Lo que viajábamos en ese vagón no tenemos desperdicio.
En un extremo del vagón un grupo de jóvenes con carpetas y pocas oportunidades de trabajo, capitaneados por una aguerrida menos joven, se disponen a comenzar una jornada de encuestas para una firma de audífonos y están organizando las zonas a cubrir. La «capitana» emplea los consabidos 2327 «Vale» y unos 5 «Chicoooos» de animadora social lowcost. Me siento responsable de haber colaborado en dejarles a esos jóvenes esta sociedad de mierda. Ellos no se lo merecen.
En la zona central cuento 11 personas manejando artefactos electrónicos. Cinco de ellas son abuelitas tuneadas de rubias tono TenaLady que parecen entusiasmadas con el reto intelectual de los candycrushes y asimilados, a juzgar por los latigazos que le arrean con el índice a sus Samsung heredados de los nietos. Hay dos chicas fisnas que deben haberse equivocado de línea y analizan complejos sistemas financieros en gigantescas tabletas. Los otros 4 son jóvenes con el clásico Samsung pantalla-zapatillakingsize (sin saldo, por supuesto) y una envidiable agilidad en los pulgares para escribir unos 4237 guasaps por minuto.
(¿He dicho ya que odio Samsung, sus silbiditos y demás ruiditos, y especialmente el guasap?)
En Vista Alegre sube un joven solitario. Su barba con aparente abandono y su ropa y calzado de marca pero manteniendo apariencia descuidada, nos anuncian a todos los viajeros que acaba de entrar un rebelde con el sistema. Para hacerlo más evidente, en lugar de sentarse o quedarse de pie como los demás borregos que ocupamos el vagón, nuestro héroe social desprecia los asientos vacíos y se sienta en el suelo asqueroso pero como si a él la guarrería no le afectase. En su mirada puede apreciarse su compromiso con el advenimiento del nuevo Enviado y que todos los miserables borregos que idolatramos al Sistema pronto seremos expulsados. Luego, saca su iPhone de 700 pavos y comienza a analizar los últimos ecos de las redes sociales.
En Pirámides suben al vagón otros dos apóstoles… pero mas de estar por casa. Se trata de dos cubanos, uno con guitarra y otro con estampitas. El de la guitarra comienza una perorata avisando que no busca ni pasta ni ayuda, pide disculpas por tocar las pelotas al personal y nos advierte que el final se acerca, que el maligno nos acecha (debe ser cierto porque los Samsung siguen haciendo silbiditos), que la cosa está en no dejarse llevar y no sé que más. No me pierdo el careto del místico del suelo, que observa con desaprobación a la competencia, compadeciéndose de que pertenezcan a una clase inferior a la suya, que es de apóstol de clase A++. Luego, el cubano parlanchín se arranca con la guitarra mientra su ayudante pone cara de López Vázquez piadoso y recorre al vagón ofreciendo las estampitas para alejar al maligno.
Y claro, también estaba yo. Un sospechoso. Sin Samsung. Sin cacharros electrónicos. Observando mi alrededor. O sea, un tío raro. Un enemigo del pueblo.
¡Joer que vagón!
Estupendo Carlitos. Te ha quedado redondo, sin querer denunciar, denuncias todo, con un sentido crítico y una socarronería digna de mejor medio (sin querer desmerecer nuestro querido blog). Eso sí, vaya sociedad, -la que tenemos claro-, que reflejas en tu escrito. Pero….es lo que hay.