Leo en un ejemplar de Febrero de El País Semanal, en una sección llamada Correo que publica mensajes de los lectores, uno titulado «No nos rendiremos». El remitente hace una composición literaria emocionada sobre la esperanza, que modeliza con la figura del señor Baltasar Garzón, y glosa los valores de la no rendición frente a los machaques de Moncloa, etc. en lo que sería un clásico más.
Pero lo que me ha llamado la atención de este alegato, ha sido una frase acerca del modelo elegido: «sus orígenes humildes y campesinos no le impidieron en ningún momento convertirse en lo que él tenía tan claro». Y me llama la atención porque en el entorno de mis amistades, en las que -según ellos- predomina el posicionamiento ideológico que ellos llaman «de izquierdas», también suele ser recurrente considerar el origen humilde como un acontecimiento digno de ser llorado por los trágicos, y especialmente el campesino, como abocado a la privación de la cultura. Y, para mi sorpresa, veo que no sólo ellos, sino que, además, nada menos que el RAE les da razón:
Conozco campesinos que culturalmente nada tienen que envidiar a «Los Santos Inocentes» de Delibes, y otros en el lado cultural opuesto, igual que conozco universitarios con el bagaje cultural de una alcachofa; por eso no acabo de entender esos tópicos de que el campesino ha de ser inculto, y que al humilde se le impide el acceso al conocimiento. Mas bien me parece una visión romántica de «ser de izquierdas», como si se tratase de un estigma que obliga a estar en lucha permanente con el resto de la sociedad, que por supuesto, es «hostil».
El modelo elegido por el comunicante, accedió a la carrera judicial en 1981, lo que implica que su formación tuvo lugar durante el régimen franquista y la UCD, sin que ello supusiese impedimento académico. Personalmente, opino que el señor Garzón no es ni mejor ni peor juez que cualquier otro de la Audiencia Nacional. Lo que creo es que la misma existencia de juzgados especiales contradice la esencia de un régimen político que asegura que la soberanía reside en el pueblo. Una sociedad que no se fía de su sistema de justicia ordinario y recurre a sucedáneos tuneados a su antojo, no debería presumir de democracia, como tampoco puedo considerar ejemplo alguno a quienes se prestan a servir en esos tribunales y los acaban utilizando como un plató de telebasura.
Clichés, clichés, clichés… Nuestra sociedad -creo que como pocas- vive de clichés. Incluso después de darse de narices con la complejísima realidad. Es lo que hay.