Tengo la sensación de que vivimos en un país lleno de contradicciones.
Un país donde el culto religioso retrocede en el ámbito social, pero no reniega de las vacaciones vinculadas a fechas de índole religiosa.
Un país donde somos si no racistas, poco amigos de gitanos y sudamericanos, pero nos desvivimos por su música.
Un país donde el concepto nacional pierde adeptos al son de la modernidad, pero no desdeñamos la lotería llamada nacional.
Seguro que a todos se os ocurre algún otro símil. Pero últimamente me llama la atención el hábito, que creo se está generalizando, de dar a conocer a todo el mundo una conversación telefónica privada. Me resulta muy curioso porque el español es bastante celoso de su intimidad. Es reacio a que cámaras de vigilancia campen por calles y establecimientos grabando todos sus movimientos (aunque cada vez proliferan más y más). Le escandaliza el hecho de pensar que otros puedan enterarse de sus intimidades, pero con la masificación de los teléfonos móviles y el hábito creciente de hablar a gritos, se conjuga la situación que vemos -y oímos- con frecuencia: y, nos guste o no, hemos de enterarnos de la conversación de nuestro vecino.
En lugares como el tren, ésto resulta mucho mas increíble, porque en el relativo silencio del vagón (o coche como le llaman modernamente), la variedad de musiquillas e ingenios ruidosos para la señal de llamada ya resulta inaguantable, pero cuando el dinámico comercial, o la jefa de negociado, o el constructor nuevo rico, o el joven dicharachero trincan el aparatejo la cosa resulta insoportable.
Las conversaciones (al menos las que me han obligado a escuchar), no revelan grandes secretos, ciertamente, sino todo lo contrario:
-«Oye, te cuento: la factura de los proveedores de Burgos, dásela a Benito, que tiene que supervisarla. No, no, este martes no puedo porque tenemos la reunión. El que viene. Venga, ya quedamos».
-«María, soy Begoña. Oye, que el subdirector me ha pedido la documentación del concurso para lo de las nuevas instalaciones. Mírame bajo la carpeta de la estantería verde, que creo que la tengo ahí. Ah!, oye, y me pones el fax a la Junta, que ya estamos a finales de plazo».
-«Pedro, que soy yo, Jose. ¿Qué ha pasado con esos cabro… de los azulejos?. ¡Jod…! que ta es la segunda vez que me lo hacen, coñe. Oye, llama al concejal, y dile que hasta la semana que viene no le puedo recibir, ¡no sé que se habrá creído el tío ese, leches!».
-«¡Qué pasa tío! ¿Qué haces?. Pues nada, yo aquí, a ver si le echo un viaje a la Vanessa. Jo, tronco si es que me mola un montón la tía. ¿Qué pasa el finde? ¿vamos de botellón colega?. Vale, ya quedamos, venga».
Naturalmente, las “conversaciones” reales, son infinitamente mas largas.
Pero llama la atención como las clases son las clases. El volumen gutural es mucho mas elevado en clase “turista” que en la clase “preferente”. Debe ser que cuanto mas pobre, menos secretos.