La rebeldía obediente

La rebeldía es la resistencia ofrecida para dejarnos doblegar. Claro que, antes, hace falta darse cuenta de que a uno le están doblegando.

Siendo una característica intrínseca (aunque no privativa) de la juventud, la rebeldía tiene un origen individual y por tanto difícil de controlar en una masa social, lo que puede ser causa de conflicto para los gobiernos, que se ven obligados a introducir modelos de control para aminorarla o eliminarla. De hecho, llama fácilmente la atención que ante cualquiera de las múltiples injusticias sociales habidas o por venir, surja rápidamente un movimiento que  aglutine a los disidentes de la causa. Y más debería alarmarnos aún la existencia de gente que se dedica a decirnos cuándo y contra qué debemos rebelarnos, creando lo que podemos llamar la rebeldía dócil, el rebelde obediente.

Esa tendencia al agrupamiento en movimientos sociales como excusa para fortalecer la disidencia, obedece a la difundida creencia de que «la unión hace la fuerza»;  aunque, en realidad, el lema fue propagado por la sencilla razón de que resulta más simple pastorear un rebaño que un elementos  dispersos. Además, este tipo de movimientos sociales coinciden en su aparición, sostenimiento y actividad con periodos políticos muy concretos, difuminándose después.

El rebelde obediente es una persona básicamente emotiva y de escasos recursos intelectuales. Su sencilla estructura mental absorbe las consignas sin posibilidad de utilizar el propio criterio. Suele ser persona altamente influenciable por los medios de difusión afines, porque son los que le permiten nutrirse de ideas y no le exigen esfuerzo por su parte.

Para alimentar el cada vez mayor mercado de rebeldes sumisos, los medios de comunicación se han esforzado en repartirse la tarta y para ello han seguido el modelo político, dividiendo en dos el mercado de la opinión: de un lado el sector de tendencia progresista y de otro el de tendencia conservadora. Para conseguir una mayor eficacia, cada uno de los programas de opinión -a su vez- dentro de cada uno de los sectores, se presenta en un formato basado en el esquema clásico de poli bueno / poli malo, consiguiendo de esa forma que el espectador adquiera una razonable creencia de poder que le permite «apoyar» al bueno o al malo… pero siempre dentro de un esquema o planteamiento predefinido.

Las bochornosas tertulias radiofónicas y televisivas actuales (¡qué nostalgia los debates de  La Clave!) parecen de mundos distintos según sean seguidas en el grupo de cadenas de tendencia progresista o conservadora. La segregación ha llegado a un extremo donde resulta inconcebible que un seguidor de uno de esos creadores de opinión, dedique un sólo día en exclusiva a seguir la de sus «contrarios». En España no se debate. Ni siquiera se conversa. Sólo se habla en forma tumultuaria, todos a la vez y sin escuchar la opinión de los demás.

Las llamadas a rebato para rebelarse obedeciendo parten de premisas que sonrojarían a un niño. Por ejemplo, cuando un grupo de empleados públicos ve riesgo de pérdida de todos o parte de sus privilegios, y quieren pedir que la gente se rebele con ellos, lógicamente no dicen que  lo que está en riesgo son sus privilegios, sino sus derechos, que de forma irremediable… resultarán en perjuicio de la gente.

Pero lo curioso de estas llamadas a la solidaridad es que, por ejemplo,  son capaces de invitar a rebelarse porque un hospital público  va a ser administrado por una empresa privada, pero les produce una indiferencia confortable el hecho de que los laboratorios farmacéuticos estén en manos privadas y se les permita el comercio salvaje de la salud.

También nos han llamado a rebelarnos contra los desahucios de vivienda por impago de hipoteca, alegando como dato emocional que son causa de suicidio, y como es habitual se han creado las correspondientes plataformas y movimientos. Uno se pregunta dónde andarían todos esos protectores de suicidas, en cada uno de los centenares de suicidios que hay en España cada año.

Como resulta sorprendente que se nos invite a rebelarnos contra una reforma laboral que -como siempre en España- no parece contemplar más problemas que la forma en que uno va a ser despedido (el despido es lo único seguro) y nadie nos invite a rebelarnos contra un sistema que prima la esclavitud. Nada. Ni un ligero sonrojo. La entrega a manos privadas de la fuerza de trabajo de todo un país, no levanta ni un murmullo. La cesión de trabajadores en España es ilegal… siempre y cuando no se realice a través de empresas privadas debidamente autorizadas. Y para hacer eso nada como una Ley.  esclavos

Cesiones ilegales de trabajadores  se realizan a diario y por decenas de casos en toda España. Hasta ¡¡ CINCO !!  empresas llegan a exprimir simultáneamente a un único trabajador en casos como éste, pero no existe invitación oficial a rebelarse.

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