Cerrar una puerta

Mi casa soy yo, y todo lo que he sido desde siempre

HMelinaoy he cerrado una puerta de mi casa. Cerrar una puerta es un hecho normal, cotidiano, un gesto al que apenas se le da importancia, y sin embargo ese gesto suele delatar muchas veces nuestros estados de ánimo. No cerramos la puerta del mismo modo si estamos enfadados, tristes, preocupados, alegres, o si queremos pasar desapercibidos. Solemos imprimir a ese simple acto nuestro estado emocional, es algo que no hacemos conscientemente por eso la importancia de su significado. Cerrar una puerta puede ser, a la vez,  un final  y un comienzo. Puede ser el empujón para dejar lastres innecesarios. ¡Cuantas cosas puede significar un hecho tan banal en apariencia!.

Hoy,  al cerrar una de las puertas de mi casa, he podido sentir la contradicción permanente en que solemos movernos los seres humanos. Me he movido entre la tristeza profunda y el alivio, al sentirme libre de alguna manera. Mientras lentamente la cerraba, todas las ataduras a mi yo familiar tiraban de mi para aumentar mi pena, pero una vez cerrada, pude darme cuenta de que ahora era libre para recordar todo aquello que me hizo feliz sin más recuerdos que los que tengo en mi corazón, sin que la presión emocional de los objetos, de la memoria que queda retenida en las paredes, en las habitaciones, me empujara a recordar aunque en ese momento no deseara hacerlo.

Mi casa soy yo, pero mi casa está formada por todo lo que he sido desde siempre. De todo guardamos memoria y de todo aprendemos, pero también en mi casa estaba la puerta de la  casa familiar, la que me anclaba a mis raíces y al doloroso peso de un tiempo irrecuperable. Casi podría decir que esa presencia se imponía a cualquier otra, y era necesario alejarme de ella.  Por eso hoy, al cerrar esa puerta, dejo descansar en el recuerdo, que nunca en el olvido, toda mi infancia y juventud, todas las risas, y también todas las penas, dejo reposar los rostros amados de mis padres, sus desvelos y su amor, corto ese cordón umbilical para dejar que me visiten cuando quieran, para dejar que también cuando yo quiera, rescate en mi memoria ese recuerdo que me hizo especialmente feliz, o esa emoción que nunca volveremos a vivir, como era la mirada ilusionada de mis hermanos, cuando juntamente conmigo nos asomábamos tímidamente la mañana del día de Reyes para comprobar que lo que habíamos pedido a esos señores que venían de Oriente, se encontraba en el suelo del salón de la casa. Para recordar también cuando yo quiera ese beso furtivo que me dio el chico que me gustaba, en un momento de descuido de mis padres. Esas emociones siguen vivas, pero no me lastran. Los recuerdos van conmigo, pero no están en una casa determinada. Otros irán a disfrutar de esas sensaciones.

Se, estoy segura, que las casas guardan memoria, que la felicidad trasciende las paredes, por eso se, que la puerta que yo he cerrado, se abre a otra gente, y que todo lo que me ha hecho feliz y todo el amor que ha quedado dentro, impregnando los cimientos, revertirá en esa savia joven, que llenará de alegría y luz las habitaciones que estaban tristes al quedar vacías. Yo me llevo lo mejor, pero como diría Machado, me siento libre de equipaje. Cierro la puerta suave, dulcemente, musito «adiós» y con una sonrisa en los labios camino hacia adelante sin mirar atrás.

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Una respuesta a Cerrar una puerta

  1. sagrario antón silgado dijo:

    Yo tambien creo que las casas guardan memoria. Una memoria inborrable unida para siempre a nuestras vidas y todavía, a pesar de los muchos años transcurridos,
    resuenan en mis oidos las risas que subían por el patio de tu casa cuando, ya de noche cerrada, las muchachas se asomaban a las ventanas y se contaban sus «secretillos». Esa casa también forma parte de mis mejores recuerdos. Un abrazo.

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