Ligeramente por debajo del Círculo Polar Ártico, en medio del mar de Bering, separadas por la línea internacional de cambio de fecha, están las islas Diómedes, distante una de otra en torno a dos millas náuticas. Dos millas náuticas que separan algo más que dos mundos.
Estamos viviendo momentos sociales convulsos. Es algo evidente. Las voces, y mayormente los gritos de desesperación, nos ofrecen la última hora de los problemas sociales por los que atravesamos.
Aunque somos conscientes de que existe una buena dosis de populismo (demagogia) aprovechando el tirón, lo cierto es que el drama humano es patente: una media de 124 supuestos desahucios diarios en España. Lo de supuestos viene a cuento porque el término legal desahucio, requiere que la expulsión la promueva el dueño legal del inmueble, cosa que puede ser incompatible con la propiedad legítima. Por tanto, mucho a discutir sobre el asunto.
Siguiendo con los promedios, cada día, junto con los 124 desahucios, se produce una media de 4 suicidios.
Nunca en España el suicidio ha sido mostrado como primera causa de muerte de personas dentro de un rango determinado de edades que comprende, desde la adolescencia hasta casi la ancianidad. Esos primeros puestos siempre han sido adjudicados por las estadísticas oficiales a los clásicos: tabaco, cáncer, tráfico etc. La penosa asistencia psiquiátrica en la sanidad pública a los nativos, se limita a los síntomas de abstinencia del drogadicto de turno y poco más. Ya se sabe que en cualquier dictadura que se precie, la salud mental del personal ronda la excelencia y carece de ése tipo de problemas. No obstante, de media cada día, cuatro seres humanos en nuestro país deciden abandonarnos.
He vivido el suicidio muy de cerca. Sé qué es pasar una noche de miedo y angustia sin fin, interminable, en total soledad. Sé qué se siente cuando tienes el arma elegida al alcance de la mano y te cruza por la cabeza un baile frenético de «ahora» – «espera» – «ahora» durante interminables horas, esperando el alba como bálsamo a tu herida en el alma. También he tenido, años después, la fortuna de ser el amigo al que dos personas a punto de suicidarse, decidieron llamar a media noche porque el alba tardaba demasiado en llegar. Puedo saber la situación de quienes no lo pueden contar y puedo imaginar su sufrimiento. Y me duele.
No obstante lo anterior, o quizá por ello, me consta que establecer las causas de un suicidio no es tarea simple. Últimamente suelen vincularse algunos suicidios a situaciones de desahucio. Yo temo que con alta probabilidad forme parte de la causa, pero no creo sea la única, ni tampoco se trate de la sencillez con la que tratan de explicarnos los noticieros y algunos oportunistas. Los datos constatan que son un 3% de las hipotecas las que se resuelven mediante ejecución de desahucio, lo que no necesariamente significa un 97% libres de problemas.
Desde el punto de vista de la lógica , si gravo un inmueble para asegurar el cumplimiento de una deuda, el incumplimiento de la misma debería llevar aparejado únicamente la pérdida del bien gravado… y nada más. La práctica actual de entrega de la vivienda y seguir soltando pasta lo considero una perversión desde cualquier punto de vista: lógico, legal, humano, moral… y el que se diga. Es más: a la firma del compromiso me obligan al pago de un seguro para prevenir contingencias varias. Pago una prima por un riesgo que cuando se produce no está cubierto, alegando las causas del hecho (aunque es un hecho único: impago), y además me obligan a dejar el bien adquirido y continuar pagando por él (me da igual en concepto de capital o de interés). La existencia de ese tipo de patentes es lo que diferenciaba a los corsarios de los simples bucaneros: el carácter oficial del despojo.
Por otro lado, no debemos despreciar nuestra capacidad de ser responsables de nuestros actos voluntarios. Si firmamos un compromiso económico a cumplir por un plazo de 10 años estamos asumiendo unos riesgos tremendos por ambas partes; y debemos ser conscientes de ello. Pero si queremos asumir el riesgo de una predicción del devenir social, laboral y económico a 20, 30 o incluso 40 años, la temeridad por ambas partes entra en la zona de peligro más roja. Si aceptamos un compromiso a tan largo plazo, se nos supone la misma responsabilidad que si lo firmamos por 10 años. En el momento de la firma estamos aceptando la responsabilidad del hecho y lo hacemos como adultos y de forma no obligada. Nosotros somos conscientes de que las enfermedades, la pérdida de empleo o las catástrofes incluso naturales existen y no podemos obviarlas. Si asumimos una responsabilidad, se supone, debemos mantenerla. En el caso de viviendas somos conscientes de que los ladrillos no valen lo que nos quieren cobrar, y también que hoy tenemos salud y trabajo pero mañana quizá no. Es decir: estamos aceptando el concepto de libre mercado, por el cual el vendedor infla a voluntad los precios, el banco aparece de supuesto garante mediante tajada y nosotros de gente ilusionada y con el culete (generalmente) al aire.
Otra cosa es que al momento de la firma (cosa que es de DOS partes) no supiéramos que si la parte que no cumple somos nosotros, se nos quita el bien y el dinero, pero si es la otra parte, el Estado nos pedirá más dinero para cubrir las pérdidas de la otra parte.
El hecho de que un ladrillo que vale 7 céntimos de euro se nos llegue a cobrar a varias decenas de euros forma parte de la especulación que hemos aceptado al firmar. Nos sumergimos de forma voluntaria en el concepto de «libre mercado», pero…. cuando las cosas no resultan conforme a nuestras ensoñaciones, cuando de repente alguien nos reclama la responsabilidad que asumimos al firmar aquél compromiso, entonces reivindicamos las condiciones del socialismo. Es entonces cuando renegamos del «libre mercado» y añoramos un socialismo en el que «papá Estado» se encarga de nuestros problemas.
Sin mezclar -por razones de higiene mental- demagogia con infortunio, deberíamos considerar si la forma en que nos quieren presentar el problema es consecuente o no. A mi, desde luego, no me lo parece. Para lo que me conviene decantarme por el modelo capitalista y para lo que no me conviene acogerme al modelo socialista, es interesante pero no consecuente. Lo considero algo como vivir en las islas Diómedes en época de glaciación, cuando caminando una media hora sobre el mar helado, puedo pasar del prototipo socialista (Diómedes Mayor o Ratmanov) al prototipo capitalista (Diómedes Menor o Krusenstern) según me convenga.