En el pasado, las instituciones se esforzaron en obtener la mayor información posible sobre aquellos que consideraban oponentes para la consecución del poder.
Un ejemplo podemos verlo en la Iglesia Católica, que conocedora de las debilidades humanas, ofreció el paradigma del fuego eterno al tiempo que la posibilidad de salvación. Para poder salvarse del casi seguro destino, la Iglesia aseguró poderes especiales en sus ministros, aunque para que surtiesen efecto era requisito indispensable que el pecador o sea, todos, incluidos los poderosos, entregasen voluntariamente sus más íntimos y profundos secretos a la Iglesia a través de esos ministros que «no se lo contarían a nadie, y su secreto estaría a salvo». Este sencillo pero eficaz método, sirvió para que la Iglesia pudiese competir a alto nivel con reyes y hacendados.
Otro ejemplo, mucho más reciente, lo tenemos en un popular servicio de inteligencia occidental que competía con los servicios del comunismo. Viendo que el comunismo infiltraba la sociedad occidental, decidió que era preciso conocer la identidad de aquellos occidentales proclives a ser captados por ideología comunista, y entonces recurrió al viejo recurso de la Iglesia: ofrecería la posibilidad de que los occidentales dispuestos a seguir las consignas comunistas, se inscribiesen voluntariamente en un registro internacional. La «salvación» que ofrecía este famoso servicio de inteligencia era «amnistía». Qué amnistía era indiferente, y surtió el efecto deseado: consiguió hacerse con una buena lista de nombres, intenciones e intensidad de oposición.
La frase «la información es poder» sigue siendo cierta, aunque hoy habría que añadir un factor más, sin el cual la información como la conocemos no existiría y el poder tampoco: el voltio. Pero el voltio ha facilitado mucho el manejo de la información a gran escala, con grandes cantidades de datos. Ya es famosa la expresión «big data». Es un tipo de información moderna, sin duda, pero lo curioso es que el método para obtenerla sigue siendo el mismo desde hace siglos: la participación voluntaria, ahora además entusiasta y entregada, del manipulado a cambio de satisfacer su egolátrica simpleza. Este método no solo es que sea barato, es que que lo costea el propio muñido.
Con la reciente crisis social, la videollamada, individual, colectiva, ya sea personal o profesional, ha aumentado su demanda exponencialmente, ante el entusiasmo generalizado de la mayoría de la población, que considera estas tecnologías muy positivas y necesarias y las anhela. En la redes sociales, los servicios especializados en propagar las bondades de estos «avances«, nos presentan como «trucos» o «facilidades» algunas prestaciones, y el consumidor final (el muñido) las recibe con alborozo y fascinación.
Por ejemplo, uno de los «trucos» es la posibilidad de controlar remotamente otro ordenador. Otra prestación prodigiosa que te cuentan es que el sistema tiene la capacidad de grabar las reuniones de todos, y que luego puedas consultarlo. Pero para evitarte que recorras las horas de conferencia de cada participante, la aplicación transcribe y graba (en cualquier idioma) todo lo que se habléis,y luego guarda no solo el archivo de vídeo y audio con lo que mostraba la pantalla en la reunión, y con la webcam de los usuarios, sino que además dispone un archivo de texto con todo lo que se ha hablado, para facilitar que luego escribas la palabra o frase que buscas y el magnífico invento te lo presente.
Nos esforzamos durante horas cada día para alimentar al monstruo de esa «red social». Le contamos nuestras intimidades, imágenes de dónde estamos, qué compramos, dónde vivimos, qué comemos, qué cine o programas de tv nos interesan, qué leemos, qué cosas de la actualidad nos interesan o preocupan, qué síntomas de salud tenemos, dónde queremos ir de vacaciones, cómo, cuándo y con quién, nuestra inclinación política, nuestros odios o nuestros amores, al tiempo que vamos dejando la huella de nuestro nivel cultural, intelectual, capacidad de oposición…
Algunos aún no son conscientes de que cuando el servicio es «gratis» es que el producto eres tú..Toda esa información luego es tratada y el producto es utilizado (vendido, alquilado) para ingeniería social por gobiernos, por agencias y laboratorios de medicamentos, por entidades financieras, transportes públicos terrestres, suministros industriales o alimenticios, compañías aéreas y de turismo, y un etcétera tan largo que no podemos imaginarlo.
Es decir, te están diciendo no todo lo que pueden hacer, sino una parte de lo que hacen con tu colaboración desinteresada y te limitas a asumirlo, porque ¿cabe mayor satisfacción que presumir de estar «a lo último» en tecnología?. Vanidad versus ¿exactamente qué?.