La búsqueda en San Google de la cadena «ay madre la fruta» devuelve 1.360.000 respuestas aproximadamente.
Para cualquier habitante de Madrid que no sea Gobernador del Banco de España, ni Consejero Delegado de Bankia, ni jugador del Real Madrid, la frase sobre la mamá y la fruta suena conocida. Ya son pocos los barrios que no tienen una de las tiendas con ése logo en la que puedes encontrar no sólo fruta, sino verdura a unos precios altamente llamativos. Por ejemplo: si busca usted naranjas y le gustan como las cogidas en el árbol (es decir, sin barnizar y con restos de rama) puede encontrarlas a 0’59 euros un kilo; y si le gustan barnizaditas y con los restos de rama quitados, a 95 céntimos. O manzanas a 58 céntimos de euro, o judías verdes entre 1,99€ y 2,99€ (dependiendo del día), o aguacate que en otros sitios puede encontrarse en torno a 4 euros en Madrid, en estas tiendas puede encontrarlo por la mitad de precio.
Si siente usted interés, puede comparar los precios en su barrio entre un mercado municipal de abastos y los precios de esta especie de franquicia. Le recomiendo tomar un Tranquimazín antes porque las diferencias le pueden producir apoplejía gorda.
Ya, pero ¿significa eso que esté haciendo publicidad de la marca?. Bueno, pues no me importa cuando el país está bajo la bota malaya de los políticos-económicos y a todos nos cuesta un enorme esfuerzo llegar a fin de mes mientras hemos de continuar manteniendo a reyes, banqueros, políticos, patronales, sindicatos, partidos, familiares de todos ellos y otras faunas afines.
Cuando cualquiera de los subvencionados citados es preguntado por qué pueden variar tanto los precios desde el productor agrícola hasta el consumidor, parece armarse de paciencia para hablar con un indigente mental y a continuación repite un mantra sobre la liturgia de «gastos» que tiene el pobrecito intermediario: recolección, transporte, almacenaje, conservación… Vamos, que nos dan ganas de ampliar la habitación donde hemos acogido al pobre yerno del rey y su infanta, para hacer sitio al pobre intermediario.
Lo que ocurre es que cuando el golfo termina de soltar bobadas, uno se queda pensando: y entonces… ¿cómo lo hacen los de ¡Ay madre…! y otros similares?
Hace poco, hablando con un conocido que tiene una empresa de reformas (con 26 trabajadores), le manifesté mi creencia de que al bajar la venta de pisos nuevos, el negocio de la reforma de pisos menos nuevos estaría en auge.¡Pues no!, me contestó. De hecho tiene ahora 4 empleados y factura aproximadamente un 5% de lo que facturaba en 2009.
¿Y eso? -le pregunté.
Sencillo -me dijo mi amigo- , ahora funcionan equipos de trabajadores que hacen un buen trabajo, con muy aceptable calidad, y tu sólo debes comprar los materiales para que ellos no tengan que manejar facturación. Concretamente en la comunidad de Madrid esa especialidad está en manos de rumanos, y la verdad es que parecen hacer muy bien el trabajo. Eso sí: a efectos fiscales no existen. Esa es la razón por la que en empresas de servicios, los extranjeros se están llevando el gato al agua. Chinos que te arreglan ropa a precios de 1964 o fontanería a precios de 1979, rumanos que reforman pisos a precios insuperables, colombianos que prestan servicios de apoyo sin competencia…
Como tampoco, a efectos fiscales, existen los miles de proxenetas (o chulos, o macarras, o como quiera llamarlos) que viven del negocio de la prostitución, incluso gastando una pasta en publicidad (¿lo refleja el IVA de las agencias, por cierto?, pero ni así resultan ser visibles para el fisco.
No se engañe. El político es cobarde por razones genéticas. Sólo se atreven con el débil. Ni el presidente de un banco, ni el proxeneta de la esquina figuran entre sus objetivos fiscales.