Aquel día, sin embardo, fue una multitud la que se congregó alrededor del payaso.
La historia había comenzado el 20 de diciembre de 2015. Los resultados de las elecciones generales habían sido tan complicados que no se presentó la oportunidad de formar gobierno. Empezaron consultas, pactos, proposiciones dimes y diretes con tan poca fortuna que al final resultó que hubo que convocar nuevas elecciones.
Jacinto, era un payaso en paro, que justo ese 20 de diciembre había iniciado un contrato de actuación en la sala Balancín, una sala de espectáculos de mala muerte situada en el barrio de Usera.
Él estaba exultante y feliz claro, a pesar de la tarima crujiente, las cortinas raídas las luces multicolores pálidas, el aforo reducido y casposo que se movía de un lado a otro de la sala sin prestarle el menor caso, pues en realidad venían a ver el espectáculo fuerte, a Maruja la cachonda, espectáculo erótico festivo animalista con anaconda drogada incluida, que tenía momentos en los que parecía que el reptil iba a devorar a la sabrosa Maruja. No voy a especificar por donde la iba a devorar, porque no viene a cuento en esta historia.
Jacinto no era tonto, entre otros motivos porque el hambre que pasaba le agudizaba la sesera, ya que la poca comida que entraba en casa, pagada con el sueldo de su esposa, empleada de limpieza en un ambulatorio de la Seguridad Social era sistemáticamente devorada por los tres churumbeles hambrientos que había procreado con Susana su mujer y que lo único que habían heredado de él era el hambre, porque payasos, eran payasos pero de los otros.
Jacinto, optimista hasta el A.D.N. vio una oportunidad y a partir de su cuarta actuación introdujo en su repertorio la situación política que se vivía en ese momento. Invento chascarrillos, realizó comparaciones ingeniosas, hizo críticas despiadadas y planteo imaginativas, pero absurdas soluciones. Propuso pactos imposibles, venganzas fratricidas, deserciones bochornosas, traiciones propias de Bruto, todo con picardía, buen humor y mucha imaginación.
Fortuna, que es dama caprichosa, hizo que una noche un comentarista político, que ni era comentarista ni era político, había escrito una novela con cierto éxito de tema marinero y ahora vivía apoltronado en una columna de un periódico de tirada nacional, fuera a echar una cana al aire con Teresa, la gogó de la sala vecina a Balancín. Le escuchó, le hizo gracia y al día siguiente cuando se le pasó la resaca de alcohol adulterado, resolvió su columna hablando de la actuación de Jacinto.
La columna fue contestada y él se referenció en Jacinto faltaría más. El solo era trasmisor de la opinión popular. Se inició una polémica, que trascendió a ámbitos nacionales e inmediatamente se reflejó en el aforo de la sala que increíblemente empezó a crecer de forma nada habitual. La anaconda pasó a telonera y dicen las crónicas que terminó muriendo de hambre porque Maruja se volvió estrecha y ya no le daba de comer.
Como la situación política se prolongaba en el tiempo, aquello fue creciendo de forma desmesurada y su éxito empezó a darle unos réditos, que se notó sobre todo en que los payasos de sus hijos ascendieron a la categoría de obesos y sus padres les procuraron tratamiento psicológico.
Conforme evolucionaba la situación, evolucionaban sus propuestas de una forma cada vez más disparatada. La gente se desternillaba con las componendas anti natura que planteaba Jacinto a la audiencia, la cual lo agradecía con grandes carcajadas y pidiendo más copas.
La sala también lo notó claro, aquello fue un proceso de expansión espacio tiempo que ni Einstein habría sabido predecir. Su local, su nombre, sus ideas resonaban en todo el país como una catarsis colectiva, que desmitificaba la crisis que sufría el país con las conjugaciones en prosa que se generaban a golpe de Balancín.
Pero un día, como es inevitable con las cosas que son inevitables, se solucionó la crisis.
Algunos dijeron que la realidad había superado a la ficción de la imaginación de Jacinto, pero la mayoría lo criticaron, lo denostaron, lo injuriaron y le despreciaron. Que duro es el éxito mostrando la realidad a los paisanos.
Olvido fue más rápido que Fortuna y Jacinto no pudo pagar a los Psicólogos que le proponían un nuevo tratamiento para la extrema delgadez de sus hijos. Susana volvió al ambulatorio, Jacinto al paro y sus hijos a protestar.
Pero Jacinto seguía siendo optimista idealista y listo. Ni corto ni perezoso, se afilió a un partido político, puso todo su ingenio al servicio del sistema y pellizco aquí, servicio allá, a los dos años colocaba a sus hijos en una clínica de tratamiento, a su mujer le dio el capricho de toda su vida de viajar por el mundo y el, con el columnista novelista de temas marineros se dedicó a pasear en yate a las gogos de las numerosas salas de fiesta de Madrid.
Cierto día, transcurrido el tiempo, le citó el juez de instrucción por una factura del partido en la que no quedaba bien reflejado el iva, pero que según su primera comparecencia en público “era una anécdota intrascendente, fruto de la envidia y de las ganas de enturbiar su dilatada y prístina vida pública”.
Aquel día, sin embardo, fue una multitud la que se congregó alrededor del payaso.
14 de octubre de 2016