Según el DRAE, la expresión coloquial el ruin delante, se usa para poner en evidencia a quien se nombra antes de otra persona o toma el primer lugar. E igualmente, dice que la expresión rogar a ruines es utilizada para explicar lo poco que se debe esperar de un hombre de baja condición. Y entre otras acepciones, ruin también se usa para definir a un reyezuelo, como persona de baja moral y altas ínsulas.
La inacabable cadena de asesinatos de mujeres en sus entornos de proximidad afectiva o simplemente emocional, requieren, para que puedan producirse, una serie de circunstancias favorables para el agresor y perjudiciales para la victima, por ejemplo, el desamparo de la victima.
Según las estadísticas de uno de esos ministerios que hay en España con rótulos laaaargos y multiusos… el número de mujeres asesinadas en lo que va de año es de 50. Se ve que la «encuesta» les parecía pobre y añaden algunos datos y porcentajes que siempre dan mucho juego, por ejemplo, que cuatro de las 50 tenían «medidas de protección en vigor».
Si alejamos por un momento los porcentajes y la verborrea incontinente de nuestros empleados públicos, podemos constatar que esas «medidas de protección» que los políticos han diseñado para proteger a las victimas da igual tenerlas que no. Y de muchas de esas mujeres que ya no están entre nosotros, se tuvo constancia de que habían sufrido amenaza de muerte.
Como decía al principio, el desamparo de la victima es evidente -y necesario- en todos y cada uno de los casos. No hay constancia de que en el ataque a la victima haya resultado muerto o herido el escolta que llevaba… por la sencilla razón de que no lo tenía, aunque hubiesen mediado amenazas. Por contra son esos servidores públicos a los que pagamos de formas desorbitadas para que nos amparen, quienes utilizan los dineros de las propias victimas para protegerse ellos ¿? sin que siquiera haya mediado amenaza, simplemente «por si acaso». Es la paradoja del «ruin delante».
Cuando en lugar de exigir a esos presuntos servidores del pueblo, se les ha rogado protección -o sea, amparo real- con mediación expresa de amenazas de muerte a ciudadanos, han dejado claro que se estaba rogando a ruines, al contestar con la falacia del reyezuelo: «Es que no puedo poner un policía a cada persona». Y nadie le ha echado. Sigue cobrando un pastizal y disponiendo de sus escuderos, lacayos, cocheros, carroza y palacio para estar bien a salvo cuando le llegue la noticia de que a la ciudadana que le demandaba amparo la han asesinado. Tan pancho. Con sus estadísticas. Ninguno de quienes se suponen sus responsables ha echado a quien es capaz de anteponerse a quien sirve, nadie le rebate que la «gracieta» de un policía por persona es una falacia porque nadie le ha pedido tal cosa. Sólo le han pedido que proteja a quien está bajo una amenaza real. Y quien se lo pide tiene condición de ciudadano, que no de súbdito.
Ante esta situación no puedo evitar recordar lo que me dice un buen amigo que visita con frecuencia por razón de su trabajo, oficinas de Policía y Guardia Civil: que cada vez que observa apiñados en minúsculos despachos de esos Cuerpos a jóvenes en torno a 35 años, vistiendo el uniforme relleno de letreros, con pistola al cinto, con apariencia de encontrarse en perfectas condiciones físicas y saludables pero realizando tareas administrativas, suele acordarse de las palabras de esos reyezuelos que niegan protección a ciudadanos bajo amenazas concretas, a la par que se extraña de que no puedan ser indefensos administrativos los que se enfrenten desarmados a los temibles folios, bolígrafos y violentos ratones de ordenador. Le choca -me dice- el contraste con aquellos otros que también forrados de letreros y tabletas digitales pero sin chalecos antibalas y con vehículos de desguace se enfrentan a lo desconocido en los primeros momentos, sin información previa y sin sobresueldos extras.