Una historia de amor diferente

En septiembre de 1.996,  fui a la localidad de Arganda, a visitar el cementerio de animales de compañía llamado “El Ultimo Parque”, nombre que siempre me ha parecido perfecto para sugerir ese esperanzador paraíso, al que también los animales deben tener derecho a poder ir cuando fallecen. Es algo que llevaba tiempo queriendo hacer y siempre lo iba dejando por una u otra razón. Tenía curiosidad por conocer el sitio donde fueron incinerados los cuerpos de mis dos perros, así que por fin un día decidí ir allí. El reducido cementerio resulta curioso, a mí, aunque he adorado a mis mascotas , me parece excesivo el dedicar pequeños panteones para ellos, pero no soy quien para enjuiciar las decisiones de tanta gente para los que ese menudo cachorro, sea el animal que sea, ha sido su única compañía, los únicos oídos que les escuchaban, los únicos que les hacían sentir vivos y que alguien les necesitaba. Iba pensando en todo esto, cuando mi vista se detuvo en una lápida que tenía una fotografía de un hermoso ejemplar de pastor alemán llamado Merlin y a su lado un epitafio (he sabido posteriormente que está atribuido a Lord Byron) que no pude por menos de aprenderme de memoria y que transcribo:

 

“Aquí yacen los restos de un ser que

poseyó:la belleza sin la vanidad

la fuerza sin la insolencia

el valor sin la ferocidad

y todas las virtudes del hombre sin sus vicios “

 

La verdad, que pocos seres llamados racionales se merecen un epitafio semejante. Me quedé pensativa observando a mi alrededor cuantas historias se habrían tejido alrededor de esas tumbas y entonces recordé una que tenía casi olvidada.

A un muy querido amigo, artista, y bohemio que vivía en el popular barrio madrileño de Malasaña, le regalaron, casi como una broma, un pollito de esos que se dedican a vender en el rastro y que los pobres acaban sus vidas entre las manos de niños o muertos de hambre y faltos de atención, en cuanto desaparece la innata curiosidad infantil. Mi amigo, que posee una sensibilidad especial para todo, decidió cuidarle, era tan pequeño que no se sabía muy bien que cosa era, aparentemente era un pollo pero no se podía asegurar con certeza. El tiempo transcurría y pudimos observar que esa especie de suave plumón se iba convirtiendo en un pato, si señor, era un precioso pato, al que mi amigo puso de nombre Mari Pati, decidiendo con mucho convencimiento que era un nombre, aunque femenino, muy bonito para él. No mucho después, y ya desarrollado por completo era verdaderamente hermoso, grande, gordo, con un plumaje precioso de suaves tonos verdes.

Parecía increíble en lo que se había convertido, era muy gracioso oír su constante cua-cua siguiendo a mi amigo por todos los rincones de la casa, y su alegría era contagiosa cuando le bañaba en una pileta, de esas antiguas de piedra, que había en la cocina.

Ni que decir tiene que en el barrio era conocido de todo el mundo, ya que paseaba, atado con una cuerda, de la mano de su amo cada vez que éste necesitaba comprar alguna cosa. Ni un perro le seguiría tan fiel, ni un perro le miraría como Mari Pati le miraba. Era verdadera adoración. Picoteaba sus manos y jugaba constantemente. Era realmente un pato feliz.

Un día a mi amigo le surgió un trabajo que le mantendría alejado de Madrid por algún tiempo. Por supuesto no podía rechazarlo, y se le planteó el problema de que hacer con Mari Pati. Por fin, unos amigos de unos amigos que tenían una finca con animales de todo tipo, incluidas gallinas y patos, le dijeron que le cuidarían y mi amigo les comentó que si no tenían inconveniente se podían quedar con él ya que era casi una aberración tener a un animal semejante en un piso diminuto, oscuro y teniendo que bañarle constantemente en una pila, era de imaginar que no tenía que ser demasiado feliz en esa situación y que lo sería más en un sitio al aire libre, con estanque y otros animales de su especie.

El día que lo llevó a la finca, un gélido día de finales de diciembre, fue dramático, la verdad parecía una despedida humana. Por fin, pudo marcharse con una gran tristeza, pero sabiendo que no podía hacer otra cosa en estos momentos, cuando regresara, decidió, que volvería a por él.

Lo que sigue lo supe de labios de mi amigo a su regreso a Madrid.

Mari Pati estuvo muy triste ese día, y al otro, apenas esbozaba algún cua-cua, y aunque era muy glotón, no probaba la comida. Todos pensaron que el cambio había sido muy brusco pero que un pato a fin de cuentas, no es nada más que un pato y que lo mejor era dejarle tranquilo.

El tercer día estuvo más triste que nunca. Parecía estar en consonancia con él , era un día muy frío y desapacible, casi se helaba el aliento. Cuando cayó la noche, los dueños de la finca recogieron a todos los animales, como tenían por costumbre. Bueno, no a todos. Nadie sabe como logró quedarse fuera, pero a la mañana siguiente, Mari Pati estaba muerto, había muerto congelado. Se encontraba sentado mirando hacia la puerta de la finca. No hizo ningún movimiento para resguardarse del frío.

¿Suicidio por amor? , yo así lo creo. Es posible que penséis que la palabra amor es demasiado elevada para referirse a un simple pato, pero estoy convencida que los animales son capaces de tener elevados sentimientos: Abnegación, fidelidad, ternura. Todas estas bellas palabras están dentro de la palabra Amor, un amor diferente, pero amor al fin.

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