Presidentes al borde de un ataque de nervios

Cuando el actual Presidente de Francia, el señor Hollande, tenía 15 años no pensó que el  manual básico que un modesto guerrillero publicó entonces podría haberle servido de lección. Ahora, angustiado por los asesinatos masivos en su país y con sus policías y militares al borde del agotamiento, llama a los reservistas a una guerra que parece no comprender. Y no es el único. A juzgar por las reacciones en Occidente, parece que no es lo mismo las matanzas en montañas remotas y desiertos lejanos que en casa de uno, ¿verdad?. Ahora se sienten al borde del ataque de pánico.

En 1969 cuando Carlos Marighella publicó su Minimanual del guerrillero urbanomarighella (puede consultar la traducción usada por nuestro Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional a partir de 1972 descargando en formato pdf aquí), ya dejó bien claro a quien corresponde la victoria entre quien combate persiguiendo un salario y quien lo hace persiguiendo un ideal. Y no me negarán lo fácil que resulta meter un ideal, por más absurdo que sea,  en la cabeza de un tarado. Si lo hubiesen leído los políticos occidentales actuales o alguno de sus miles de asesores, sabrían lo que beneficia al autor del terror las tonterías que puede llegar a decir o hacer un Presidente histérico, o el beneficio que puede producir al atacante la adecuada explotación de «la libertad de expresión».

Hollande y sus contemporáneos colegas parecen no comprender que policías y militares como fuerzas represivas, y los servicios de inteligencia e información como fuerzas preventivas, pertenecen a un escenario distinto de aquél en que se están desarrollando los hechos. Ellos y la población han tenido la desgracia de comprobar de forma repetida  lo inútil que es poner números a las «alertas» y que la coreografía folclórica con uniformes peliculeros de policías y militares sólo sirve para rellenar telediarios e impresionar a los niños. El escenario ha cambiado y la antigua metodología ya no sirve. La incapacidad para comprender los cambios les lleva a tratar de etiquetar todo para que les suene familiar o conocido: «lobo solitario», «yihadista», «radicalizado», «internet» y un largo rosario de palabras que ni siquiera comprenden, pero los hechos demuestran  que el problema que tienen tenemos no se soluciona poniendo etiquetas.

Si uno tiene un jardín con lindas flores y plantas aromáticas y lo cuidan unas amables viejecitas casi sordas y medio cegatas y de repente decide que además de las flores y plantas vivan allí cocodrilos y serpientes pitón, no debería llamarle la atención que de vez en cuando alguna de las viejecitas pueda desaparecer.

Alguien debería advertir al jardinero, en sus idílicas ensoñaciones, que el abono y los fertilizantes que venía utilizando con aquellas flores y plantas resultan inoperantes… para evitar que el jardín acabe desapareciendo.

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